jueves, 28 de marzo de 2019

Y, de repente, el niño se convierte en adulto

Los cambios más traumáticos de nuestras vidas tienen la capacidad de reordenar nuestras prioridades, otorgándoles un nuevo valor.

Antes creíamos que ciertas cosas eran importantísimas y realmente se nos iba la vida en ello. Es curioso como a través de experiencias difíciles pasamos a prestarles la misma atención que ponemos al sonido de una lluvia que se prolonga a través de los días.

Aceptas, asumes y te resignas. Y en medio de todo ello, encuentras pequeñas fortalezas de paz inmensa en las que redescubres el calor del sol sobre tu piel, el frío del agua del mar o la sensación de la arena rugosa bajo tus pies. Una conversación, una mirada, una caricia, un beso. Tal vez no los sientes como antes, pero los sientes, de forma diferente y muy despacio.

Un niño juega con una pala en la arena, y no deja de gritar, eufórico:
 
 - "¡Mira mamá, es una sorpresa!"

No puedes evitar sonreír ante tanto entusiasmo y, al mismo tiempo, te esfuerzas por retener las lágrimas. Sientes que te han robado la infancia de un plumazo, a ti, que siempre habías intentado conservar parte de ella en un rinconcito para que pudiera reconfortarte en esos momentos en los que todos queremos ser niños de nuevo. Por primera vez sientes el peso de ser un adulto y, aunque no te consideres una persona inmadura, resulta abrumador.

Siempre has odiado todos esos mensajitos, más o menos banales, de que la vida se encuentra en las cosas pequeñas, en los momentos que pasan desapercibidos. Siempre has puesto tu atención en otras cosas, en grandes metas, siempre te has esforzado, porque era lo que tenías que hacer; y de repente te encuentras enfrentando el abismo para comprender que tal vez sea cierto, que la vida se manifiesta en esos pequeños momentos.

Y es entonces cuando agradeces cada instante de ternura capaz arrancancarte una sonrisa.



 

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