sábado, 27 de abril de 2013

Escucha, emoción, interpretación.

Empezaré parafraseándome a mi mismo:

"Cuanto más maleable sea nuestro sonido más exigente se volverá nuestro oído y viceversa, si nuestro oído se vuelve cada vez más exigente acabaremos encontrando el camino hacia una mayor paleta tímbrica. Porque en ciertos casos la pescadilla que se muerde la cola puede traducirse en evoluciones positivas."

Ahora os haré una pregunta muy simple: ¿Alguna vez habéis sido capaces de escuchar algo tan hermoso que os hiciese llorar? 

Siempre hablamos mucho de técnica, corren ríos de tinta sobre las obras más exigentes del repertorio, sobre velocidades increíbles y malabarismos que arrancan aplausos y exclamaciones de sorpresa. Todo eso es importante, estoy de acuerdo, pero siempre a su debido tiempo y no en detrimento de algo mucho más básico: El sonido por sí mismo y su capacidad de emocionarnos.

Si tenemos la madurez suficiente para analizar nuestro trabajo de forma objetiva, para valorar lo que hacemos, o deberíamos intentar hacer, nos daremos cuenta de que si desnudamos nuestro arte, solo nos quedará un arma: El sonido.

Creo que el proceso de aprendizaje más difícil, y me refiero a uno para el que no nos será suficiente con toda una vida, consiste en emocionarnos ante el sonido. En dar vitalidad, color y riqueza a ese sonido en virtud de diferentes convenciones estéticas.

Si aprendemos a escuchar hasta las lágrimas es porque sabemos emocionarnos, si sabemos emocionarnos necesitaremos canalizar esa emoción en nuestro sonido y cuanto más profundicemos en esa maleabilidad del sonido mayor será nuestra paleta tímbrica.

Porque a veces, sentándote a escuchar ciertas cosas, con atención, pero sobre todo con emoción, podemos aprender mucho más de lo que creemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario