Ha pasado. Era el primer verano sin ti.
He estado fuera de casa.
He ido a la playa, he intentado disfrutar del aire libre, del tiempo, del cariño, de los amigos. Y se ha terminado.
He regresado a casa, a nuestra casa, símbolo de familia, de vida, de unidad... Y la he encontrado envejecida, como si hubieran pasado decenios. Los olores, la luz, los colores... Todo me parece más desgastado, un poco desvaído, apagado. Pero es que los espacios nunca van a ser los mismos sin ti. Y me doy cuenta de todo lo que queda por llorar.
A veces creo que todo ha sido una ilusión, que me siento tan roto como el primer día. Que no sé reencajar la vida sin ti. Y sigo teniendo las mismas preguntas que tenía hace meses.
El tiempo no lo cura todo. La vida es injusta y solo nos dicen que tenemos que ser fuertes.
Yo te digo que quiero llorar, que me siento huérfano, que el mundo nunca, jamás va a volver a ser el mismo. Creo que eras la persona más fuerte que he conocido jamás y siento no haber heredado un poquito de esa fortaleza, de esa energía y de esas ganas de vivir que te caracterizaron.
Las circunstancias me hacen renunciar a cosas que quería, no consigo ser coherente ni conmigo mismo. Siento que he perdido parte de mí, que se ha marchado contigo. He intentado brillar y he fracasado con la más absoluta autoridad. Tengo el corazón roto por muchos sitios y no sé por donde empezar con los remiendos.
Estoy muy cansado, y el verano se ha ido llevándose muchas cosas consigo.
¿Alguna vez podré poner todo esto en orden?
Te has ido demasiado pronto mamá.
Y hoy me siento sin aptitudes para la vida.